Del cielo a abajo todo el mundo come de su trabajo
Hace ya algún tiempo, un letrado, cliente habitual de la Notaría, me encargó un testamento. Su elaboración resultó sumamente compleja. El abogado se reunió varias veces con la que, a su vez, era su clienta, la testadora. Al principio, en la vivienda de ésta, últimamente en el Hospital, pues había resultado ingresada como consecuencia de una enfermedad infecciosa que padecía.
Después de varios borradores, me personé, a ruego de la testadora, en el Hospital, donde se encontraba ingresada, para la firma del testamento. Junto al testamento, se otorgaba un poder a favor del letrado. Había una relación de confianza y era conveniente ante la imposibilidad física en que se encontraba la buena mujer.
Cuando llegué a la puerta de la habitación descubrí la enfermedad que padecía. Había que entrar a la estancia con mascarilla y habiéndose esterilizado previamente. Aunque no existía riesgo, el plato no era de buen gusto.
Saludé a la mujer, me presenté, le expliqué el contenido de los documentos que íbamos a firmar. Seguidamente, comencé a leer uno y otro. El testamento, era muy largo, en él se citaba, por distintos motivos, a cientos de personas. La señora conocía perfectamente a unos y otros.
Cuando casi habíamos terminado, poco antes de la firma, tras casi dos horas, en las circunstancias reseñadas, la señora, plenamente capaz, dudo sobre su voluntad definitiva. Lo cierto es que no se si por superstición, por cansancio o por su propia situación, me dijo: «no se si hoy es el día para firmar esto, lo cierto es que no me encuentro muy bien». Yo le dije: «Luisa –que era como se llamaba-, no hay ningún problema, si no lo tiene claro, lo dejamos para otro día, aunque esto se puede cambiar cuando quiera, debe ser concorde a su voluntad y si duda…».
En este caso, yo sabía que la persona, lo que tenía claro es que no quería morir sin haber otorgado testamento. También sabía que, si bien pudiera existir algo, realmente instranscendente, por pulir, su voluntad era clara y estaba fielmente recogida en el testamento preparado. Sin embargo el consentimiento debe ser totalmente prestado de forma libre, espontánea y meditada.
Al letrado, en cambio, le contrarió la actitud de la mujer. Lo cual, por otro lado, era comprensible. Había empleado muchas horas de trabajo, había consensuado el documento con el Notario y, finalmente, por la propia voluntad de la señora, me había emplazado en el Hospital. Sólo después de las casi dos horas de trabajo en el propio Hospital la señora había dudado del otorgamiento del testamento.
En ese momento, con tono cálido, el Letrado dijo a la mujer: «Luisa, tenga en cuenta que el Notario ha venido porque se lo hemos pedido. Hemos empleado mucho tiempo. Aquí mismo, hemos matizado, ahora, lo que usted ha querido. Piense que si la trasladan de Hospital, como es su voluntad, este Notario no es competente, pues está en otra población. Consiguientemente, salvo que esto no tenga nada que ver con su voluntad, no estaría de más que firmase el documento. Además, tenga en cuenta que hacer venir al Notario ha generado unos gastos que se tendrán que abonar».
Yo escuchaba sin mediar palabra. Al oír la señora que habría que pagar algo -cosa que yo ni me había planteado aún-, muy alterada dijo: «¿Y por qué me va a tener que cobrar nada el Notario?».
La verdad, me quedé atónito. Hace unos días, se me estropeó la secadora en casa, sólo por acudir a mi domicilio y decirme lo que había que arreglar me cobraban 30 euros de desplazamiento y cincuenta de presupuesto. Es algo que todo el mundo entiende cuando de oficios se trata.
En el caso de los documentos notariales, el arancel da derecho a cobrar la mitad de los derechos, caso de desistimiento. Lo cierto es que inusualmente se cobran esos conceptos. Sin embargo, la actitud de la señora, me pareció fuera de lugar. ¿Es tan difícil valorar el tiempo, trabajo y esfuerzo ajeno? Y es que, como me dijo un lugareño, mi querido Esteban, en Cañete la Real, cuando empezaba yo a ejercer… «Del cielo a abajo todo el mundo come de su trabajo».
Que genial tu comentario, es algo que hablo muchas veces con mis colegas e incluso con los estudiantes. ¿ Acaso no vale el trabajo intelectual? Cuando vamos a Mercadona pagamos, o a la peluquería y redactar e interpretar la voluntad de una persona para elaborar y otorgar un testamento no es trabajo, y no ha de ser retribuído? Me pregunto..?
Es igual que cuando la gente te llama y te dice, una consultica de nada y luego ni siquiera te preguntan acerca de cuánto vale? .. Cuando era Notario, era el pan nuestro de cada dia esos personajes…la temible frase: » una preguntica de nada».. Y ese nada te ha llevado 20 años de estudio y diez más de quemarte las pestañas…
Saludos y genial como siempre..
María Elñena
Gracias por tus palabras y reflexión.
Mi padre, en varias ocasiones, traía a colación una cita del Dr. Marañón, el cual decía: «Las consultas de pasillo son malas para el paciente y para el bolsillo».
Es bastante ilustrativa. En esta época, además, se tiende, como consecuencia del exceso de información no tratada, a minusvalorar la labor del profesional. Es algo que sucede más en España que fuera de nuestras fronteras.
Saludos
¡Excelente post cargado de razón! Sutil alusión a la valoración del trabajo inmaterial, ese que no se ve, pero que está detrás del buen hacer y lo hace posible.
La palabra «arte», se aplica generalmente al terreno de la plástica, lo literario, la música etc. Sin embargo,ya Platón dijo hace mucho tiempo, que el arte es saber hacer bien las cosas, llegar a la mayor perfección en ellas, cosa que convierte a quien lo realiza en «virtuoso»; pero para llegar a ello, hay muchas horas, mucho tiempo de preparación.
Esto no se valora y la gente no se da cuenta de que ello precede necesariamente al resultado posterior. En el caso de un profesión tan reconocida como la del Notario, llama la atención que no se valore el trabajo que precede al fin, al documento, a la legitimación de lo que el cliente quiere hacer.
La valoración del trabajo por la palabra es loable; pero hay que vivir… y valorar un trabajo, máxime si es un encargo, es pagarlo, aunque «suene» fatal. De lo contrario, la palabra se convierte en mera palabrería.
Esta problemática, en el caso del arte plástico o literario se padece con frecuencia y encima, como «pintar es fácil, es un don que se tiene y un lujo porque se trabaja en lo que a un@ le gusta…»,.la obra resultante parece que haya sido realizada por el arte de bobilis bobilis…
Es evidente que no hablo aquí de que «ver» sea equivalente a comprar= pagar, sino de que eso de «regálame un cuadro/cuadrito» ya es el colmo de la infravaloración y tacañería. Cosa que no excluye que el artista, porque quiera, lo haga.
En definitiva, en el caso de la expresión plástica/creativa hay un trabajo inmaterial previo que no se valora en el sentido de que se sume al valor de la obra y el personal no se da cuenta de que sin ese tiempo invertido en idear, estudiar, experimentar, gestionar…etc esa obra no habría sido posible.
Gracias por haber hecho mención de comentarios que hemos tenido al respecto.
Un abrazo
María Jesús Soler