Nuestros mayores… entre lo jurídico, social y moral

psychologie   Esta semana tenía programada la visita a una casa. Cuando una persona está impedida, los notarios acudimos al domicilio para ejercer nuestra función y facilitar el otorgamiento de la escritura correspondiente. En esta ocasión se trataba de una ratificación. La finalización de un documento estaba pendiente desde hacía mucho tiempo. Habían firmado todos los interesados advertidos de que el negocio era ineficaz sin la firma de la madre de algunos de ellos. Por el motivo que fuera el proceso se había dilatado casi dos años.

   Son situaciones que no son agradables, porque, aunque se explica los efectos de la falta de consentimiento de uno de los interesados, siempre hay alguien que no acaba de enterarse. Por otro lado, aunque te juran en arameo que la persona que falta está enterada, va a consentir y que no habrá problema, las cosas, en la realidad, no siempre son como se te transmiten.

   Finalmente, no sea cómo ni por qué, la señora que faltaba estaba en predisposición de firmar el documento, suponía dar el carpetazo al asunto y franquear el acceso al Registro de la Propiedad.

   Firmar un documento fuera de la notaría no siempre es agradable. En tu despacho juegas en casa, no hay imprevistos y si los hay tienes todos los mecanismos para desplegar la máxima diligencia y solucionar el problema. Cuando acudes a un domicilio no sabes lo que te vas a encontrar, si la persona será capaz, si quien encargó el trabajo te trasladó toda la verdad…

   En la firma de documentos en la casa de uno de los interesados, suele concurrir la circunstancia de que el interesado es una persona mayor, que no sale de su casa, enferma… por eso suele acompañarle algún familiar.

   En esta ocasión, 10:30 de la mañana, acudo puntual a mi cita, toco el telefonillo y… no abre nadie… era la primera vez que me pasaba esto. Llamo al despacho y le ruego a Elena, quien había preparado el asunto, que contacte con la letrada y con la familia. Ni la una ni los otros aparecen. Le comento que tenía que hacer una gestión por la zona y que acudiría de nuevo al domicilio y que si no se me abría la puerta pospondría mi actuación para otro momento.

   Cuando termino la gestión, que me ocupó unos diez minutos añadidos, acudo al domicilio, pulso el portero automático y sigo sin obtener respuesta… Llamo a Elena, hablo con ella, sorprendido, le pregunto sobre los asuntos de la mañana y, durante el tiempo que dura la conversación, oigo una vocecita que responde al telefonillo. ¡Vaya sorpresa! «Soy el Notario». Le indico. Me abren la puerta.

   Cuando llego a la puerta de la vivienda me recibe una señora mayor, con aspecto de abuelita de cuento, con un andador. Me sorprende la situación. La escritura que se tenía que ratificar tenía cierta complejidad. Esperaba encontrarme a alguien mas, como suele ser habitual. Me identifico, la señora, cariacontecida, inicialmente me da a entender que a ella ni le iba ni le venía que yo estuviera allí. Le comento que hablase con algún familiar, el motivo de mi visita, y que podía acudir en otra ocasión, pues yo no quería importunarla –debe haber una cámara oculta, pensé-.

   Para mi sorpresa, la señora me dice que pase a la vivienda, cuando yo estaba pensando en marcharme, me indica una salida de estar, que tome asiento. En el lugar que me indicaba había un libro. «Me gusta mucho leer, me entretiene». Me dijo.

   Una pequeña habitación, fotos de familia, unas fotos del Alicante de principios del siglo XX en la pared y una ventana con vistas al Hospital General de Alicante. La señora, en ese momento, empezó a relatarme los pormenores de mi visita, lo cual me sorprendió, me dijo que le habían comentado algo sus hijos. Le expliqué todo, lo tenía claro, ¡vaya si lo tenía claro! Entre idas y venidas, a la vez que hablábamos del tema que había motivado mi visita me explicó de  quién eran las fotos que vestían la habitación, me contó sus vivencias, los nietos y bisnietos que tenía, cuando había faltado su marido, a qué se dedicaba… toda una vida. Fue un rato agradable. Firmó el documento y comencé a despedirme con cierto cariño por el momento pasado.

   Antes de irme me dijo: «Mire usted por la ventana qué vista más bonita tengo». Yo pensé que nada agradable podía ser la vista de un hospital y que lo de que «quien no se consuela es porque no quiere» venía que ni al pelo en esta ocasión… Añadió: «Seguro que no ha visto lo que hay en la azotea». Y, ciertamente, no tenía ni la más remota idea. Al parecer en una de las terrazas había hecho, a nivel de la planta de oncología infantil un parque para que los niños enfermos jugaran, la señora, como Hitchcook, los observaba en sus ratos.

   Me volvi a despedir, me acompañó cansinamente hasta la puerta, mientras me relataba cosas de su familia, del hijo que perdió y de sus nietos, con manifiesto orgullo. Ya en la puerta, le dije: «¿cuantos años tiene?». Me contestó: «Ochenta y cuatro». Y añadí: «¿Vive con alguien?». La señora me dijo que no, que no se aburría, que leía y que tenía unos vecinos fantásticos.

   Esa mañana aprendí mucho de la vida. Entonces, me vino a la cabeza ña frase de Victor Küppers:

«Lo más importante en la vida es saber

que lo más importante es lo más importante»

   Sirva este post de testimonio de admiración hacia aquellas personas que cualesquiera que sean las circunstancias que las rodeen afrontan cada día con ilusión y como una aventura irrepetible.

   Y yo me pregunto… ¿qué es lo más importante para vosotros?

 

Antonio Ripoll Soler

Notario de Alicante

www.notariaripoll.com

3 Comentarios »

  1. La vida no debería ser un viaje hacia la tumba con la intención de llegar a salvo con un cuerpo bonito y bien conservado, sino más bien llegar derrapando de lado, entre una nube de humo, completamente desgastado y destrozado, y proclamar en voz alta: ¡Uf! ¡Vaya viajecito! (Hunter S. Thompson).

    Por cierto, Kuppers atribuye su cita a Stephen Covey.

    Un placer seguir sus blog.

  2. Excelente y vivencial post! Llega una edad que “lo más importante es lo más importante”… y la vorágine de la velocidad del paso del tiempo afecta a la salud y edad de las personas que quedan relegadas por sus hij@s, a modo de “tratos inservibles”, a no ser que les covenga que no sea así. Menos mal que usted fue a su domicilio, cuando, en verdad, los hijos podrían haberla llevado a su despacho, ya que ella iba con andador. Me alegro de que para usted esta visita fuera fructífera, respondiendo con una humanidad poco frecuente en estos dias.

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