Los perros de la anciana Rita

«–Diana, voy a recoger un galgo que querían sacrificar, acompáñame, anda […]. Nosotras somos una fuerza sobrenatural que se va a traer otro perro a casa. Vamos a ser las diosas de ese infeliz que quieren matar porque se ha quedado cojo. Nadie quiere a un perro cojo. Pero nosotras sí.
–Visto de ese modo, me haces sentir mejor.»
Ana Merino
El mapa de los afectos
/blockquote>
La cita anterior pertenece a la novela ganadora del Premio Nadal 2020, El mapa de los afectos. Se trata de una novela bien construida, fácil de leer, escrita de una manera elegante, y en la que todo encaja como un puzzle armónico. Se entrecruzan las vidas de distintas personas, de forma ordenada, con sus problemas propios. Podrían ser historias autónomas, independientes unas de otras, sin embargo, todas ellas acaban convergiendo, siendo parte integrante del universo imaginario -o no tanto- de la autora, pues hace desfilar ante el lector los grandes problemas que atacan a la sociedad actual: alcohol, alzheimer, soledad de los mayores, hipertrofia del feminismo, abusos cometidos por miembros de la Iglesia, inmigración… Sin embargo, la autora va más allá de la exposición de los problemas, pues con el mapa de afectos que construye presenta una especie de orden natural de las cosas que hace que al final prevalezca la Justicia. Una Justicia que hace responsable a uno mismo para alcanzar la felicidad superando cualquier adversidad. Y es que nuestra propia felicidad depende de nosotros mismos, transcendiendo de cualesquiera circunstancias.
Ultimamente me gusta navegar por las cuentas de Twitter de los autores de los libros que leo, especialmente si el libro me ha gustado o me está gustando mientras lo leo. Es como si vieras el teatro entre bambalinas. En esta ocasión, he encontrado un retuit, reciente, de la autora, sobre el maltrato animal, uno de los temas que se tratan en la novela. Realmente, me cuesta creer que lo que se relata en el tuit suceda, sin embargo, la crueldad humana es capaz de cosas inimaginables.
Como la narradora de El mapa de los afectos, en el desarrollo de mi profesión tengo el privilegio de poder ver la intrahistoria de las personas, quienes confían en el notario lo hacen participe de sus vivencias y preocupaciones. Siempre procuro mantenerme al margen, no es mi misión conformar voluntades sino simplemente, que no es poco, indagarlas, interpretarlas y adecuarlas al ordenamiento jurídico. Tampoco me corresponde a mi ser juez de nada, solo testigo del curso de esas vidas que por un rato pasan a través del tamiz que supone autorizar un documento público.
Con esas premisas, disfruto especialmente atendiendo a las personas que desean hacer su testamento. Hacer un testamento, por mucho que se quiera relativizar o restar importancia es una experiencia muy importante vitalmente. Cuando alguien decide formalizar su última voluntad, cualquiera que sea ésta, se enfrenta, de una u otra manera al hecho y momento de su muerte. Supone tomar consciencia de que un día se dejará de existir, al menos de la manera en que la existencia física se entiende. Tal vez por ello, muchas personas son reacias a otorgar testamento. No haciendo testamento, parecen pensar, se tornan en inmortales. Sin embargo, la parca no perdona y a todos alcanza. En esos momentos, si estimamos a los que dejamos, el trago que supone poner en orden lo que dejó el ser querido resulta menos amargo si se planificó la sucesión haciendo un testamento. No solo porque de esa manera se cumplirá la voluntad querida que se habrá expresado. Si hay testamento se evita una peregrinación de esos familiares y amigos a la notaría a fin de autorizar las correspondientes declaraciones de herederos. Esas actas son el documento que se hace cuando falta testamento. Para mi, las actas de declaración herederos abintestatos son uno de los documentos más desagradables.
En los años que voy acumulando de ejercicio he sido testigo de cómo ha cambiado la sensibilidad de las personas en relación a los animales. Estos ocupan un papel especial en muchos testamentos. Tanto si alguno de ellos acompañó al testador durante su vida como si no, no son pocas las personas que muestran su preocupación hacia los animales a la hora de planificar su sucesión.
Hay personas que, incluso teniendo hijos, deciden destinar una parte de su herencia a la protección de los animales, en esos casos suelen referir una asociación sin ánimo de lucro como beneficiaria de parte de su sucesión, hay quien llama a estas disposiciones testamentarias «legados solidarios», sobre los cuáles ya he escrito en este blog.
Más allá de esa preocupación abstracta de amor hacia los animales, quienes tienen un perro o un gato, si realmente forma parte de sus vidas, le asignan un papel muy importante en sus decisiones. No es infrecuente, por ejemplo, que en un divorcio, se tomen acuerdos en relación a decisiones relativas a nuestros amigos del mundo animal. Acordarse de ellos al hacer el testamento también es una constante. Normalmente no se quiere que el perro o gato, que tanta felicidad a dado ha quien ha compartido su vida con él, quede desamparado cuando persona que se ocupa de él -me resisto a llamarlo dueño- abandone la vida material.
Me llamaron la atención tres testamentos relacionados con lo que aquí relato.
El primero de ellos fue el otorgado por una persona de más de noventa años, una señora, en su casa, en plenas facultades mentales y con la coquetería propia de una mujer de veinte años. Arreglada y muy bien vestida, con educación exquisita, mientras relataba en presencia de su abogado el destino de sus no pocas propiedades, se preocupaba por el caniche que jugaba rodeándome las piernas el cual no debía quedar al margen de su última voluntad. Me gustó de la escena la naturalidad, me sentía como formando parte de un cuadro de Velázquez: «La testadora y su perrito».
El segundo, que fueron dos, un matrimonio de extranjeros, no hace tanto, después de acordarse de unos amigos, como beneficiarios de una parte de su sucesión, les legaban, además, una cuantiosa suma de dinero, que se iba aumentando en iguales cantidades en función del número de perros de los testadores que acogieran y cuidaran. Cierto, que para el nivel de vida de los españoles, me parecieron una sumas elevadas, les expresé mi temor de que apareciesen, tras su fallecimiento, más perros de los que debían, sin embargo, frente a mi desconfianza me expresaron su total tranquilidad por el absoluto conocimiento de la honradez de sus amigos.
El tercero fue, sin duda, el que más me marcó, hace ya muchos años, una chica, creo que no llegaría a los cuarenta años, me dijo que quería instituir heredero de parte de sus bienes a su perro. Era la primera vez que alguien me lo pedía. Le expliqué que los perros, como tales, no podían ser herederos con arreglo a la legislación española. Sin embargo, le ofrecí distintas alternativas que sirvieron para cumplir su deseo y voluntad. Después de atenderla escribí un post, pues me pareció un tema interesante. Lo titulé «La herencia de mi perro» ajeno a lo que sucedería en los días siguientes a la firma del testamento. Al cabo de unos meses los herederos se presentaron para pedir la copia del testamento, la chica había fallecido. Miré la fecha del certificado de defunción y la mujer se había suicidado a los dos días de otorgar el testamento. Recordé, entonces, la entereza de la chica al mostrar la preocupación por su perro consciente de su decisión adoptada, supongo, antes de acudir a la propia notaría. Relate a sus herederos la preocupación por la mascota y que ésta había motivado el post; creo que es algo difícilmente de olvidar.
Y tú, querido lector ¿qué crees que pasará con tus perros cuando tú no estés?
