Diseño de empresas: el divorcio empresarial

Manolo, Eric y Chiristian se conocieron trabajando en un local de slow food. Los tres eran chicos emprendedores, pensaban que las cosas se podían hacer de otra manera. Tan es así que cuando el negocio empezó a ir mal decidieron bajarse del barco y montar su propio local, con ideas innovadoras y una amplia carta de desayunos saludables.

El proyecto conllevaba un importante esfuerzo para nuestros amigos. En el fondo, con él trataban de garantizarse su sueldo en una época en la que era fácil, de la noche a la mañana encontrarse en la calle y sin trabajo. En una comida tomaron la decisión, tenían echado el ojo a un local muy apañado en una zona céntrica de su ciudad. Preguntaron el precio del alquiler, cogieron sus portátiles y con una hoja excel empezaron a calcular los costes de establecimiento. Además de la renta del alquiler, maquinaria, mobiliario, programa informático y, por supuesto, entre otros que desconocían, la reforma del local. Ya que empezaban no querían perder el efecto de poner en marchar el negocio, pues sabían que hoy, más que nunca, la imagen es un plus. No basta hacer los mejores huevos poché, también han de estar servidos en un entorno agradable, con su wifi y enchufes para cargar los móviles.

Al final, la inversión resultó ser mayor de lo que pensaban. Acudieron a distintos bancos, afortunadamente obtuvieron distintas financiaciones y la novia de Eric tuvo que avalar la operación.

La aventura empresarial también requirió su ropaje documental. Judit, amiga de Christian, que era asesora, les dijo que hoy en día todo el mundo se montaba una sociedad, que se pagaban menos impuestos y que se evitaban pérdidas en el patrimonio personal en caso de que las cosas fueran mal.

Así, nuestros protagonistas, se reunieron en torno a la mesa del notario, Judit había encargado una sociedad de responsabilidad limitada, pidió lo más barato y les tramitó la sociedad a través de CIRCE, la normal, con los estatutos tipo. Las tres chicas iban por igual en el capital de la sociedad.

Los tres amigos se juraron amor eterno y empezaron a trabajar, el local fue bien desde el principio. Sin embargo, pronto se dieron cuenta que, como sucede con la mayor parte de los negocios en España, en realidad, no son más que una forma de «autoemplearse». Los chicos se pusieron su sueldo, ni mucho ni poco. Los tres trabajaban codo con codo para sacar, contentos, el negocio adelante. No se repartían beneficios porque lo que quedaba tras cobrar su sueldo, cuando podían, se destinaba a pagar la cuota de las financiaciones y la renta del local.

Los tres asumieron que cuando estuviese pagado el préstamo, tendrían un sueldo razonable. Estaba claro que no era un negocio para retirarse pero sí que tenían un trabajo estable, ni más ni menos que el de cualquier autónomo en España, que les permitiría mantenerse sin problemas. A fin de cuentas, ahora no tenían que dar cuentas a nadie, eran sus propias jefes y se llevaban muy bien.

Un buen día, Manolo, al acabar la jornada, reúnele a sus dos compañeros y les dice que, en su tiempo libre, había estado preparando una oposición para ingresar en la Administración de Justicia y que había conseguido aprobar. Les cuenta, para sorpresa de ambos, que su mayor ilusión había sido siempre ser funcionario y, especialmente, trabajar en los juzgados. Así, informó a sus amigos de que a partir del siguiente mes en lugar de ser tres para trabajar serían sólo dos, que el se bajaba del proyecto, eso no sin antes decirles que los quería un montón y que ellos dos solos, Christian y Eric, valían más que los tres juntos. También les dijo que podían buscar otra persona que les ayudara, de hecho, Paola, la novia de Eric, siempre decía que le gustaba mucho el negocio y que ojalá pudiera entrar un día en él.

En ese momento surgen muchos interrogantes, especialmente a Christian y Eric. ¿Cuál es su posición frente a Manolo? ¿Qué derechos tiene Manolo? ¿Quién ha de pagar el préstamo que formalmente se paga por la sociedad pero que se puede pagar gracias al trabajo de los socios? ¿Cuánto vale la sociedad y qué se valora? Los dos chicos son conscientes de que no pueden cerrar el negocio porque, al final, todas eran avalistas de las financiaciones y, si cierran, además de responder personalmente, pierden su propio trabajo.

La historia que se relata no es ajena al día a día de las personas que se encuentran abocadas a montar una empresa para poder seguir trabajando. Es muy bonito leer los datos de creación de empresas en España, pero… ¿son realmente empresas? ¿No se trata de una forma de devaluar el empleo? Es un tema del que me ocupé ya, hace años, en este post: Emprendedor: Más allá del autoempleo está la sociedad.

Desde que ingresé en el cuerpo de notarios recuerdo una fuerte labor de marketing en favor de la tramitación telemática de sociedades. Ya entonces, políticamente, se presentaba como un éxito la inminente aprobación de la reforma legal que permitía la constitución de la Sociedad Limitada Nueva Empresa. Se trataba de un tipo social nada atractivo, que pronto se vio sustituido por la posibilidad de tramitar telemáticamente una sociedad limitada «normal», con unos estatutos tipo y escritura normalizada. La última de las reformas que ha afectado a esta materia ha venido de la mano de la Ley 18/2022, de creación y crecimiento de empresas.

Bajo unos bonitos titulares, nuestros políticos siempre ofrecen la posibilidad de acceder al Olimpo empresarial, además, de una forma vertiginosa. Sin embargo, el ejemplo que relatamos, realmente muestra que el fin no siempre justifica los medios.

La constitución de una sociedad, las más de las veces, se ha estandarizado. El modelo legal telemático está bien para casos en los que se trata de un solo socio, tiene las cosas claras y nada que acordar. Las personas quieren una sociedad rápidamente y con poco asesoramiento, pues vienen de la mano de alguien que les ha vendido un traje a medida que, en realidad, no es tal.

En el supuesto con el que empezaba este post, los problemas se hubieran evitado regulando unas prestaciones accesorias en los estatutos sociales, por las cuales los socios se obligaban personalmente a prestar su actividad laboral a la sociedad, con la retribución salarial que procediese. No existe en el caso concreto ningún pacto escrito que obligue a los tres amigos a seguir trabajando. Evidentemente, la partida de uno de ellos hace saltar el proyecto por los aires y, en el caso que nos ocupa, no estamos ante una empresa sino ante una forma de organizar el empleo de cada uno de los tres socios.

Esta reflexión me lleva a plantear que debería haber un papel más proactivo por parte de los asesores, notarios incluidos, al constituir una sociedad. ¿Realmente hay tanta prisa como reflejan las reformas legislativas? Cierto es que, en la mayoría de los casos, y cada vez más, a nosotros se nos convoca cuando está todo el proyecto diseñado y el otorgamiento de la escritura es el único escollo que queda para empezar a trabajar, los plazos y costes apremian.

En cualquier caso, si vis pacem. para bellum, (si quieres la paz prepárate para la guerra). Indudablemente, haberse sentado con el notario y reflexionar sobre estos problemas hubiera evitado verse inmerso en los mismos, o, al menos, tener las cosas claras antes de empezar. No es algo ajeno a nuestro quehacer diario, como hacemos, por ejemplo, cuando asesoramos a las personas sus últimas voluntades o ayudamos a configurar el régimen económico matrimonial.

Antonio Ripoll Soler

Notario de Alicante

www.notariaripoll.com

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