La posibilidad de casarse en la notaría, ante notario, es una realidad desde el 23 de julio de 2015. Fue una de las medidas que se anunció hace casi cuatro años y que, tras un largo proceso, se ofrece a la sociedad española de la mano de la Ley de Jurisdicción Voluntaria. Ayer llegó el día y celebré el matrimonio de María y María. La celebración de mi primer matrimonio fue una experiencia bonita.

   Para que estas personas pudieran casarse en la Notaría hubo que tramitarse, como la Ley exige, un expediente previo, al igual que en todos los matrimonios con independencia de cual sea la forma de su celebración, en el que resultaron declaradas capaces para contraer matrimonio entre sí y fui designado como funcionario autorizante del mismo.

   Así, María y María habían elegido un 26 de noviembre para la celebración del enlace. Para ello se habían puesto en contacto con nosotros y fijado la fecha para su boda. En los días anteriores, a Elena, que fue quien las atendió, le sugirieron su deseo de que su boda se celebrase de una forma íntima. Sobre las seis de la tarde las novias junto con una docena de personas se reunieron en mi Notaría. Mientras esperaban el inicio de la ceremonia las personas que les acompañaban tomaron algunas fotos.

   Cuando llegó el momento de empezar la celebración, en un ambiente cordial, cálido y distendido les pregunté:

«¿Cómo os gustaría que fuese vuestra boda? ¿Habéis pensado algo? ¿Os vais a intercambiar anillos, arras o algún regalo?»

   Una de ellas, con una sonrisa me dijo que no se iban a intercambiar nada y me respondió:

«Para nosotras es la primera vez, no hemos pensado nada ¿Qué habías pensado tú?»

   La realidad, y así se lo transmití, es que, desde el momento en el que se anunció por el Sr. Ruiz Galardón, entonces Ministro de Justicia, la posibilidad de que los Notarios celebrásemos matrimonios, lo que me pareció que representaba el auténtico valor añadido de las bodas notariales y las diferenciaba de las otras bodas civiles, -al margen de las celebradas en forma religiosa o canónicamente, que para cada cual tendrán su significado-, es que las personas se casarían informadas de lo que el matrimonio comporta, de su régimen jurídico y, especialmente del régimen económico matrimonial aplicable; al margen de la mayor rapidez, flexibilidad y libertad que se podría encontrar, al poderse elegir libremente notario, en la celebración de una boda notarial. Cada cual sabrá las listas de espera de Juzgados y Ayuntamientos, así como la poca libertad, por ejemplo, al elegir el día y hora.

   Me gusta aprender de las personas que me visitan, algo que ya he manifestado varias veces en este Blog; por eso, antes de contestarles como pensaba yo que debía ser la boda, no obstante, les pregunté, pues como quien bien me conoce dice, soy bastante curioso, y no pude resistirme,:

    «¿Por qué habéis decidido casaros en la Notaría y no en el Ayuntamiento o en un Juzgado? ¿Por qué me habéis elegido a mi?»

   Una de ellas me dijo que llevaban bastante tiempo juntas y pensaban que había llegado el momento de dar un paso adelante y comprometerse de otra manera. La decisión de casarse había sido meditada. Seguidamente, ambas me dijeron que, una vez decidido, no tenían ganas de esperar y una boda en la notaría le parecía idónea, rápida y flexible.

   La segunda de las preguntas obtuvo algún cumplido, previo, por respuesta, me indicaron, además, que una compañera de una alumna mía de la Escuela de Práctica Jurídica les había remitido cálidamente a mi. Lo cual, me halaga especialmente, se ve que algún buen recuerdo dejé cuando te recomiendan para algo tan íntimo y personal como es la celebración del matrimonio.

   En justa reciprocidad a lo que me habían preguntado y fiel a mis principios, seguidamente, a las dos novias y las personas que les acompañaban, con carácter previo a la lectura de la escritura de matrimonio, les expliqué que el notario informa y, por tal motivo, les hice referencia, por este orden, a las siguientes cuestiones:

1. Preliminarmente les indiqué que los anillos y arras formaban parte de la liturgia canónica, solo que socialmente las personas lo hemos trasladado a las bodas civiles.
2. Que el matrimonio era uno de los actos más formales que se podía celebrar en la notaría. Pues la regulación del mismo impone la lectura literal de unos artículos del Código civil y la concurrencia de una serie de circunstancias que se flexibilizan en otras realidades humanas que cobran vida en la notaría.
3. Que surgían una serie de deberes como consecuencia de su celebración, entre los cónyuges e, incluso, para con ciertos familiares de los mismos. Por eso les expliqué el régimen de los artículos, 66, 67 y 68 del Código civil, durante lo cual alguno de los presentes aprovechó para gastar alguna broma sobre las cosas tan frecuentes que acaecen durante la vida matrimonial.
4. Les expliqué que el matrimonio generaba estado civil y era bien distinto a formalizar una unión de hecho o a simplemente convivir en pareja.
5. Que la celebración del matrimonio determina la existencia de una legítima entre los cónyuges al fallecimiento de uno de ellos, por lo que se tendrán derechos hereditarios, entre sí, incluso aunque se quieran excluir por simple voluntad.
6. Por último, lo que me parece más importante, les indiqué cuál era su régimen económico matrimonial, algo que, la práctica me ha revelado se suele desconocer cuando el supuesto de hecho presenta alguna especialidad. Siendo gravemente significativo el desconocimiento que se produce en los casos en los que las personas tienen distinta procedencia, dentro de España, o concurre elemento internacional, al ser uno de los contrayentes, como era el caso, extranjero. Por ello les indiqué que su régimen económico matrimonial era, al no tener la misma nacionalidad, no haber pactado capitulaciones matrimoniales y haber fijado su residencia habitual  común, inmediatamente posterior a la celebración, en la Comunidad Valenciana el de separación de bienes previsto en la Ley de régimen económico matrimonial valenciano, y les sugerí, no obstante, la conveniencia de otorgar capitulaciones matrimoniales.

   Tras esas reflexiones, leí la escritura matrimonial, identificando a las contrayentes y a las testigos; leyendo, como la ley impone, los preceptos del Código civil y preguntando a cada una de ellas si deseaba contraer matrimonio con la otra y si, como dice nuestra norma, efectivamente lo contraían en ese acto.

   Al si quiero de cada una de las dos siguió una sonrisa, con las manos enlazadas y un discreto beso, de una a la otra, ante el ruego de los asistentes y la timidez de una de ellas, tras lo cual se produjo un caluroso aplauso y concluyó el acto.

    Mientras esperaban las copias, que se deben entregar, todo, poco a poco iba volviendo a la normalidad, en la sala de espera, donde sólo estaban los asistentes, no había rastros de ninguna boda; las novias iban vestidas de forma elegante pero sencilla, al igual que los asistentes. Fue un acto muy natural, sincero y sustancial, tal vez como la esencia de las cosas indica que debería ser, aunque cada cual tendrá su opinión.

   Poco tiempo después, delante de Diego y Vanessa, dos miembros de mi equipo, firmaba las copias, a ambos, mirando las carpetas notariales, les pregunté acerca de lo que estaba firmando, contestaron al unísono que se trataba de las copias autorizadas de la escritura de matrimonio, mi respuesta fue bien distinta:

   «Hay que mirar más allá de lo que vemos, esto no son sólo copias, es Historia».

       Las cosas fueron volviendo a la normalidad, apagamos los ordenadores y cada cual fue regresando a su rutina de después del trabajo, me quedé el último, al cabo de un rato, salí de la notaría, al llegar al portal del edificio, ya en la calle, al abrir la cancela note algo rugoso el la acera, me costó, por imprevisto e inusual identificarlo, era el arroz que los asistentes habían esparcido sobre las novias al salir del edificio, como manda la tradición, símbolo de deseos de abundancia y prosperidad para la pareja.

   La sociedad española evoluciona vertiginosamente, estamos en tiempo de campaña electoral, época proclive a hacer memoria del pasado y poner sobre la mesa méritos y deméritos de unos y otros… más allá de esto, algún día, un historiador del Derecho abrirá los, entonces, viejos tomos de mi notaría y encontrará la escritura de matrimonio de dos jóvenes alicantinas, de un 26 de noviembre de 2015, la primera que accedió a mis libros y es que, navegamos hacia la Historia, para mi haber autorizado ese matrimonio ha sido un privilegio que nunca olvidaré.

Antonio Ripoll Soler

Notario de Alicante

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